Llevamos años viendo como el concepto de cambio climático ha suscitado numerosos textos y un sinfín de artículos, informes o estudios que analizan cuáles son los riesgos climáticos y cómo afrontarlos. Sin embargo, el cambio climático, como multitud de especialistas en la materia han destacado, no afecta de igual manera a todos los habitantes del planeta. La experiencia con el clima es diferente entre las distintas sociedades y personas que habitan en ellas, y sus efectos impactan más en las mujeres y las minorías, haciéndolas más vulnerables.
Hemos visto en los últimos años muchos ejemplos que muestran ese mayor impacto. Durante las olas de calor de 2022 en Europa, murieron un 56% más de mujeres que de hombres. En 2019, tras el paso del ciclón Idai en Mozambique, las mujeres se enfrentaron a mayores riesgos y menor acceso a los recursos. “Abordar el cambio climático sin perspectiva de género es una de las desigualdades sociales más determinantes”, señala el informe Género y cambio climático (2020) del Instituto de la Mujer.
Distintas agencias de Naciones Unidas han denunciado que las mujeres se ven más afectadas por el cambio climático debido a un menor poder adquisitivo, unas normas culturales patriarcales y unos roles y responsabilidades asociadas al género. Otras cuestiones, como la geografía o la etnia, también influyen en el impacto del clima sobre las mujeres: son más afectadas aquellas que habitan en el llamado Sur Global o que pertenecen a una minoría étnica.
Las asimetrías de poder están entre las mayores causas de las desigualdades de género como las limitaciones en el acceso a los recursos y las oportunidades, la escasa representación y la falta de poder en la toma de decisiones. A pesar de ello, cada vez son más las iniciativas que están tratando de revertir esta situación. Alineándose con los principios de justicia climática y de género, buscan asegurar que las respuestas al cambio climático no solo mitiguen los impactos ambientales, sino que también promuevan la igualdad y el empoderamiento de las mujeres y otros grupos minoritarios.
La física y filósofa Vandana Shiva en la India ha implementado proyectos de energía solar comunitaria para dar acceso a energía limpia en áreas rurales de su país, y sus resultados han tenido un impacto crucial. Más de dos millones de agricultores han adoptado prácticas de agricultura orgánica y regenerativa y han mejorado las capacitaciones técnicas de las mujeres en agricultura sostenible y en el uso de tecnologías solares.
En Ecuador, la activista Nemonte Nenquimo ha contribuido significativamente a la preservación de la selva amazónica, que ha favorecido el empoderamiento de las comunidades indígenas, especialmente de las mujeres. Gracias a su actividad consiguió una victoria legal en 2019, protegiendo 200.000 hectáreas de territorio waorani de la extracción de petróleo. Además, su liderazgo en la campaña “Nuestra selva no está en venta” supuso la conquista de una mujer indígena de espacios de toma de decisiones tradicionalmente destinados a los hombres. Por toda su labor fue reconocida en 2020 con el premio medioambiental Goldman.
Otro ejemplo inspirador ha sido la Red de Mujeres Indígenas sobre Biodiversidad de América Latina y el Caribe, que ha conseguido aumentar la visibilidad y la participación de las indígenas en los debates, y las han capacitado para que lideren iniciativas relacionadas con la conservación de la biodiversidad, la adaptación al cambio climático y la promoción de la igualdad en sus comunidades. También han contribuido a la defensa de sus derechos en relación con la tierra, los recursos naturales y el conocimiento tradicional.
En Estados Unidos, el proyecto Soul Fire Farm, liderado por Leah Penniman una destacada activista y agricultora, ha fundado granjas comunitarias a través de las cuales ha conseguido fortalecer a las comunidades marginadas, incluyendo dentro de la ecuación las disparidades raciales. Gracias a este proyecto, estas comunidades han tenido un mayor acceso a los alimentos frescos y se les ha incluido en programas educativos y de acción comunitaria.
Una cuestión imprescindible sobre la que trabajan distintos proyectos tiene que ver con la educación y la sensibilización. En este sentido, Project Drawdown, una coalición de científicas, científicos y economistas de todo el mundo, aborda las inequidades globales y promueve soluciones que son accesibles y beneficiosas para comunidades vulnerables. Entre las soluciones están la planificación familiar y la educación, ya que pueden reducir significativamente las emisiones de carbono al mismo tiempo que empoderan a mujeres y niñas, mejorando su acceso a la formación y la salud.
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