Hay espectáculos, y luego hay espectáculos-evento. O espectáculos-experiencia. Las creadoras australianas Nat Randall y Anna Breckon son las artífices de The Second Woman, una propuesta teatral que incluye varios y apetitosos titulares. Un montaje que dura 24 horas. Una misma escena repetida 100 veces. Una actriz y 100 hombres. Mejor dicho: 100 personas que se sienten identificadas dentro del espectro de la masculinidad. La actriz María Hervás vio el montaje el año pasado en Londres, protagonizado por Ruth Wilson en el Young Vic, y se quedó prendada de él. Llamó a Josep Domènech (de Bitò Produccions) con una idea en la cabeza, y una feliz coincidencia hizo que cuando fueron a buscar a Francesc Casadesús (director del Grec) este les dijera que también estaba pensando en el proyecto. El pasado fin de semana se estrenó en el Teatre Lliure (Barcelona) la versión española del montaje, que el 19 de octubre se verá en el Teatro Central de Sevilla y el 9 de noviembre en los Teatros del Canal, en Madrid (dentro del Festival de Otoño).

“¿A qué hora has llegado?”, “¿Hasta qué hora te quedarás?”, “¿Verás las veinticuatro horas?”. Estas y otras preguntas flotaban en el ambiente en el Lliure, en el intervalo de tiempo entre el sábado a las seis de la tarde y el domingo a las seis de la tarde. La propuesta de Randall y Breckon se inspira en Noche de estreno (John Cassavettes, 1977), la película protagonizada por Gena Rowlands que supone una carta de amor al misterio del teatro. A las dos australianas les interesan las fricciones entre la representación y la mirada, y juegan muy sabiamente con las costuras que unen el cine y el teatro. La escenografía de The Second Woman es un cubículo elegante e impersonal, saloncito rojo de habitación de hotel donde la protagonista recibirá a sus 100 acompañantes y repetirá, como en una condena autoimpuesta, la misma escena 100 veces seguidas. Con pausas de 15 minutos cada dos horas (para la intérprete y el público), la experiencia no está pensada para verse completa: con dos o tres horas el espectador ya se hace una idea del experimento. Pero aviso: es un espectáculo altamente adictivo. El sábado vi las primeras ocho horas y no se me hizo en absoluto pesado o monótono. El domingo vi las tres finales y me sentí feliz de aplaudir la proeza escénica y vital de María Hervás. Mi experiencia con The second woman duró 11 horas.

La gracia del montaje es su aparente sencillez: una escena corta, un encuentro entre un hombre y una mujer, unos fideos chinos, unas copas de güisqui, un baile. El vestido rojo y la peluca rubia acercan a la protagonista, inevitablemente, a Gena Rowlands, pero al final del espectáculo yo veía a una Marlene Dietrich algo descocada. El texto de la escena es fijo, pero hay un espacio para la improvisación: los 100 voluntarios pueden aportar material propio al inicio, pronunciar unos adjetivos de su elección y elegir sus palabras para salir de escena. Los partenaires de Hervás tampoco saben algunas de las acciones que ella realizará. Dos operadoras de cámara graban los detalles de la escena: la realización en directo nos muestra primeros planos (gestos, miradas, objetos) que la vista humana no alcanza desde una platea teatral. Todo el equipo artístico del montaje está formado por mujeres. Los hombres van pasando.

El cubículo en el que se representa la obra 'The Second Woman'.
El cubículo en el que se representa la obra ‘The Second Woman’.Alice Brazzit – Festival Grec

Para hablar de la interpretación de Hervás hay que utilizar términos superlativos. La esencia del teatro es la clave del montaje y de su trabajo: el “aquí” y el “ahora”, el presente absoluto, la mirada y la conexión. Cada vez que María Hervás se da la vuelta descubre su nuevo y efímero acompañante, y la escena es distinta cada vez. El arte de la improvisación, la química o el feeling que siente la actriz con el hombre que tiene enfrente convierte The Second Woman en una tesis en vivo sobre la representación y la mirada. Poder y vulnerabilidad, atracción y deseo, tedio y asco. Todos somos María Hervás cuando la vemos lidiar con este catálogo de masculinidades: desde las más dulces, queer o tiernas a las más toscas y ridículas. Hombres de distintas edades y procedencias hacen variar las capas dramatúrgicas de la escena. El error es bello y la impredecibilidad del teatro es la impredecibilidad de la vida.

María Hervás se muestra, a lo largo de estas 24 horas, fuerte y débil, poderosa y pizpireta, cínica y juguetona. Todo a la vez y al mismo tiempo. Esa “mujer compleja” que asusta y atrae a los hombres por igual es también la actriz condenada, como Sísifo, a repetir como un castigo el acto de mirar y ser mirada. “Aquí estoy, mendigando otra vez”. Mendigando nuestra atención, nuestro amor y nuestra empatía. Siendo escrutada y analizada por público y críticos bajo el calor de los focos, rodeada por cámaras y frente nuestras pupilas atentas. Como en un hipotético cuadro de Edward Hopper que se podría titular Mujer que espera, la actriz limpia y ordena el espacio tras cada escena, esperando elegantemente a su nueva víctima. El hombre arrogante o el joven actor con ganas de lucirse en esta audición pública son devorados por Hervás con la gracia y la inteligencia de una mantis religiosa. Pero ella también está encerrada en su pequeño mundo de ficción, como el insecto en un terrario, en un plano donde no existen ni el tiempo ni el espacio. Solo la ilusión.

La actriz María Hervás, con uno de los 100 hombres de la obra 'The Second Woman'.
La actriz María Hervás, con uno de los 100 hombres de la obra ‘The Second Woman’.Alice Brazzit – Festival Grec

The Second Woman es una experiencia escénica que conecta de maravilla con el público más teatrero, el más cinéfilo o el más profano. La fragilidad y la vulnerabilidad de la actriz es, paradójicamente, su mayor fortaleza. El teatro es ritual y repetición, ensayo y error, baile genial y tropiezo. Todo en The Second Woman respira teatro. Porque el teatro es y será siempre ese tropiezo.

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