El rumbo de la ultraderecha en el mundo es un fenómeno que debemos seguir con atención. En las elecciones del Parlamento Europeo realizadas en junio se eligieron 720 integrantes para representar a más de 450 millones de personas de los 27 estados parte de la Unión Europea. Ahí hubo un avance de la ultraderecha, especialmente en Francia, lo que llevó al presidente Macron a adelantar las elecciones legislativas. La jugada, arriesgada, mostró nuevamente el avance de la ultra derecha, en una contienda que se definirá en la segunda vuelta este domingo.

El riesgo del avance de las ultraderechas es que no creen verdaderamente en la democracia y, por lo mismo, toman medidas estando en el gobierno que socavan las instituciones. No aceptan los derechos de las minorías, no aceptan el estado de derecho, no creen realmente en la separación de los poderes, y todos estos son pilares de la democracia, como plantea el experto Cas Mudde. Quienes creemos que la democracia, pese a no ser un sistema perfecto, es el mejor sistema que tenemos, debe alertarnos del avance de estas derechas extremas.

Las banderas de la ultraderecha también son motivo de preocupación, porque buscan hacer retroceder los derechos que las mujeres con tanto esfuerzo hemos ganado.

Los retrocesos en materia de derechos sexuales y reproductivos, como el caso del aborto y la autonomía de las mujeres, suele estar entre sus objetivos. Las mujeres somos el 50% de la población y no podemos permitir que las ganancias que hemos logrado en materia de equidad de género se desvanezcan en gobiernos de ultraderecha.

Las políticas para combatir la triple crisis planetaria –por el cambio climático, la polución y la pérdida de biodiversidad– también corren peligro con los partidos de ultraderecha. No podemos elegir a quienes simplemente optan por negar la que quizás sea la mayor amenaza contra la humanidad. Lo único que podemos hacer es enfrentarla con políticas que sean capaces de asegurar el futuro para las futuras generaciones.

Uno de los errores que se está repitiendo en el mundo, es que los partidos de derecha convencional están intentando imitar a los partidos de ultraderecha, porque piensan que así podrán atraer a esos votantes. Sin embargo, lo único que logran es propiciar y fomentar las políticas de la ultraderecha, desdibujando su propia ideología. Las derechas deben decidir con quiénes pactar a la hora de hacer gobierno.

Según el académico chileno Cristóbal Rovira, los datos empíricos reflejan que cerca del 50% de las y los europeos dicen que nunca votarían por un partido de ultraderecha. Es un dato al que las derechas convencionales, los partidos de centro y también los de izquierda, debieran poner atención.

El desafío que se presenta es escuchar las demandas de la ciudadanía, porque muchas veces el voto hacia la ultraderecha es un voto de protesta, un voto contra la política y la forma en que está funcionando. Es necesario que las y los gobernantes den respuesta a las necesidades de las personas, porque si las democracias dejan de ser efectivas, dejan también de tener sentido para las personas.

Otro aspecto al que debemos poner atención es el voto joven que ha logrado movilizar la ultraderecha en algunos países como España y Francia, respaldando partidos anti-inmigración y anti-establishment. Debemos revisar por qué las y los jóvenes están apoyando este tipo de políticas, cuáles son las frustraciones que están viviendo y cómo podemos invitarles a forjar el camino hacia un mundo más sustentable y más inclusivo para todos y todas.

El avance de la ultraderecha debe preocuparnos a todos, porque es una amenaza para las democracias. Como planteara Hannah Arendt: “Los que escogen el mal menor olvidan rápido que han escogido el mal”. Por esto debemos entregar alternativas políticas viables a las personas, alternativas que no socaven nuestras democracias, sino que las fortalezcan. Es la única forma de que avancemos hacia un mundo mejor para todos y todas, sin ciudadanos de primera y segunda categoría.

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