Colombia, el tercer país más poblado de América Latina después de Brasil y México, con 52,6 millones de habitantes, puede empezar a perder población mucho antes de lo esperado. El descenso, inicialmente previsto para el año 2065, ya se había adelantado 14 años, a 2051, por el impacto de la pandemia del coronavirus. Pero el fenómeno se estaría anticipando aún más frente a lo proyectado por el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (DANE), según el análisis de varios expertos.
La caída récord del número de nacimientos en el último año, de 573.625 en 2022 a 510.357 en 2023 ―una reducción por sexto año consecutivo y la más marcada en el registro histórico con un 11%― es una de las variables para advertir un declive demográfico que arrastrará nuevos interrogantes y desafíos en una sociedad acostumbrada a crecer. “El número de nacimientos observados en 2023 es similar a las cifras de 1950 (517.730), cuando Colombia tenía una población cercana a los 13,5 millones de habitantes”, enfatizan Jesús Fernández-Villaverde e Iván Luzardo, profesores de Economía de la Universidad de Pennsylvania, en una columna publicada en el diario Portafolio donde exponen razones para considerar incluso que el descenso ya ha comenzado.
El número de nacimientos seguía en picada entre enero y abril de este año con una disminución del 14,6% en comparación con el mismo periodo del año anterior. Las cifras, que muestran un cambio cultural frente a la maternidad como proyecto de vida, también se reflejan en tasas más bajas de fecundidad, es decir, el número de hijos que, en promedio, tienen las mujeres a lo largo de su vida reproductiva. Ese indicador ha bajado gradualmente, de 1,8 hijos en promedio en 2014 a 1,2 en 2023. “Para poner estas cifras en contexto: Japón, el ‘ejemplo’ de país con baja fecundidad en todos los libros de texto, tuvo una tasa de fecundidad de 1,2 en 2023, y en Tokio, el departamento japonés con menor fecundidad, esta fue de 0,99. Es decir, Colombia y Japón ya han ‘empatado’ en la liga de baja fecundidad y Bogotá ha ‘derrotado’ a Tokio”, señalaban los académicos.
Juan Andrés Castro, director del área de Demografía y Población del Centro de Investigaciones sobre Dinámica Social de la Universidad Externado de Colombia, explica que la población crece por dos vías: “Una biológica, que es la diferencia entre nacimientos y defunciones; si nacen más de los que se mueren, hay crecimiento. Y la migratoria: si llegan más de los que se van, hay crecimiento. ¿Qué ocurre? Que estamos llegando a un punto en el que cada vez nacen menos personas y, si se van más de las que llegan, tendremos crecimientos negativos”.
En 2023 se registraron 265.047 muertes en Colombia. Si bien son menos que la cantidad de alumbramientos, con una tasa de mortalidad que aumenta ―hoy se ubica en 5,1 casos por cada 1.000 habitantes, 0,5 puntos más alta que hace 10 años― y una tendencia de menos nacimientos, la diferencia se reduce cada vez más. “Cuando uno ve los indicadores del DANE, se esperaban 700.000 nacimientos y se están registrando 500.000. Eso lo que hace es acelerar la tendencia. Esperábamos que el país perdiera población hacia el año 2050, lo que se empieza a correr al 2030 o 2025″, agrega Castro.
Por el lado de la migración, las cifras tampoco ayudan a corregir el rumbo. Fernández-Villaverde y Luzardo citan datos de Migración Colombia, según los cuales el año pasado se registraron 5.175.412 salidas de colombianos hacia el exterior, frente a 4.729.814 ingresos, por lo que la migración neta de nacionales habría sido de 445.598 ciudadanos menos. El Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (CERAC) había advertido que la emigración de colombianos rompió todos los registros en 2022 con más de medio millón de personas que salieron del país para no regresar. “Hasta el año 2014, Colombia se consideraba un país expulsor de población, con olas migratorias hacia Estados Unidos y Europa. Cuando vino la primera y segunda oleada de migración de venezolanos, se empezó a considerar un país receptor. Sin embargo, lo que calcula el DANE es que, a partir del año 2025, ese colchón poblacional que había generado ese fenómeno ya no va a existir y Colombia vuelve a ser expulsor de población”, añade Castro, el investigador del Externado.
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Una sociedad que envejece
El primer efecto de esa transición es el envejecimiento de la sociedad a un ritmo más acelerado. Según el DANE, en 2015 las personas de 60 o más años conformaban el 9% del total de población. En 2022 eran el 14,4% y en 2035 se proyecta que serán el 19%. Más que datos, son señales de escenarios que exigen una sacudida en las estructuras tradicionales del mercado. “Eso hace que la oferta de bienes y servicios deba modificarse. No consumen igual las personas de 20 años que las de 40 o 60. Algunas compañías hace rato dijeron: ‘Vamos a dejar de hacer pañales para niños y vamos a hacer más pañales para adultos mayores’. Bajo esa lógica, la industria tiene que cambiar”, anticipa el economista Camilo Herrera, fundador de la firma Raddar, dedicada a analizar el comportamiento de los consumidores.
Los cambios pueden ir desde la oferta de cupos escolares, los alimentos que predominen en las dietas, o la necesidad de elevar la autosuficiencia en la producción de medicamentos, hasta el diseño de nuevos modelos de ciudades. “Veo con cierto afán a veces que esto no lo comprenden los tomadores de decisiones que siguen construyendo megacolegios y uno se pregunta: ¿qué vamos a hacer con tanto megacolegio con este ritmo de pérdida? Hay que adecuar la oferta de servicios”, cuestiona Castro.
La presión de los gastos sociales bajaría en unos frentes, pero aumentaría en otros como los sistemas de cuidado o los servicios de salud. “Nadie nos ha preparado para envejecernos. Esto conlleva en el largo plazo a una cantidad de gente que no va a tener quién los cuide y eso va a terminar siendo seguramente un rol del Estado, transformando el gasto público con una carga totalmente diferente a la que ha tenido antes”, precisa Herrera.
Horacio Coral Díaz, exdirector de Desarrollo Social en Departamento Nacional de Planeación (DNP) y exdirector de Metodología y Producción Estadística del DANE, lamenta que no se le conceda al declive demográfico la importancia que merece en el diseño de políticas públicas, incluyendo reformas como la pensional, aprobada por el Congreso de la República. “Necesitamos un sistema que incluya salud y pensiones, pero también cuidado y apoyo para que las personas mayores no solo tengan acceso a un ingreso, sino a servicios para garantizar sus condiciones de vida en la vejez y ver cómo lo financiamos de manera realista. El problema es que los recursos cada vez van a ser menos porque habrá menos gente que cotice”, subraya.
Por desafíos como la sostenibilidad del sistema de pensiones, una transición más acelerada también exige elevar la productividad del país, opina José Manuel Restrepo, exministro de Comercio, Industria y Turismo. “Más temprano que tarde vamos a tener que hacer un esfuerzo en materia de informalidad, cómo transitar a ser más formales, cómo tener la capacidad de adopción de tecnologías de cuarta revolución industrial para producir más y mejor, cómo ser más productivos en materia laboral con reformas que contribuyan en esa dirección”, declara el actual rector de la universidad EIA en Antioquia.
Los expertos coinciden en afirmar que el declive demográfico representa un punto de inflexión que obliga al país a transformarse a mayor velocidad. “Una sociedad que siempre ha crecido hoy nos plantea enormes dudas sobre qué significa una sociedad que decrece. No sabemos”, admite Castro. Ante una realidad que está más cerca que lejos, la conversación ha comenzado a trascender el círculo de expertos y curiosos de la demografía. “La transición demográfica empieza a ser evidente y no como dato entre demógrafos, sino como impacto en la política pública”, concluye Coral.
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