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Durante años, el valle del río Jequitinhonha, en el sureste de Brasil, cargó con el estigma de ser un rincón paupérrimo, marcado por el hambre y el analfabetismo de sus habitantes. Pero bajo la corteza reseca de un paisaje castigado constantemente por la sequía resulta que se escondía un tesoro: enormes reservas de litio, el “petróleo blanco”, como dicen algunos políticos locales.
El mineral, clave para fabricar las baterías de teléfonos inteligentes o coches eléctricos, ha desatado una nueva fiebre a nivel mundial y ha llenado de optimismo a esta región deprimida, pero también está dejando un preocupante rastro de efectos colaterales.
En la pequeña ciudad de Araçuaí, de poco más de 30.000 habitantes, se respira un clima de euforia. “Tenemos mucha esperanza. Podemos transformar toda esta riqueza mineral en buenos servicios para la población, en mejorar sus vidas”, dice por teléfono el alcalde, Tadeu Barbosa. Desde hace poco más de un año, las calles de esta ciudad de casitas bajas y gente acogedora son un hervidero de trabajadores de las empresas mineras. Los precios de la vivienda se han disparado y a veces hasta falta pan de molde en los supermercados, admite el alcalde. Aquí está el epicentro de la producción brasileña de litio. El año pasado el país produjo 15.200 millones de toneladas de este mineral clave para la transición energética.
El triángulo que forman Argentina, Chile y Bolivia acumula más reservas, pero Brasil está escalando en la producción rápidamente y ya es el quinto productor mundial, según el Ministerio de Minas y Energía. Toda la producción sale del estado de Minas Gerais, la mayoría del valle de Jequitinhonha, donde se encuentra Araçuaí.
Las autoridades locales enseguida vieron el filón: el litio como oportunidad de oro para dejar atrás un pasado de miseria. El gobernador de Minas Gerais, Romeu Zema, aliado del expresidente Jair Bolsonaro, presentó a bombo y platillo el proyecto Lithium Valley Brazil en el Nasdaq, la Bolsa de valores de Nueva York, en 2023. La empresa que ha tomado la delantera es la canadiense Sigma Lithium. Hace justo un año, embarcaba las primeras toneladas de litio brasileño rumbo a China. La empresa asegura que es la primera minera en el mundo en producir “litio verde”, porque usa energía limpia, se abastece de agua no potable y no usa represas con desechos, que en este caso son preparados y vendidos a otras empresas.
Esos residuos apilados se ven fácilmente desde las casas de la pequeña aldea de Poço Dantas, donde viven las familias más afectadas por la extracción de litio. Desde la inauguración de la planta conviven con una polvareda constante y el ruido de las detonaciones que la empresa realiza bajo tierra para extraer el mineral. Muchas de las humildes casas de ladrillo tienen grietas.
“Hacen una propaganda del litio verde, de que es sostenible y tal, pero en el fondo no lo es. Es una explotación codiciosa”, critica Vanderlei Pinheiro de Souza, vecino de la zona rural. Se dedica a la agricultura familiar de subsistencia, “lo que antes se decía labrador”, bromea. Cultiva frijoles, maíz y mandioca para consumo propio y, cuando le sobra algo, lo vende para sacarse un dinero. Siente que con la llegada de la empresa se está rompiendo un modo de vida tradicional y que se atenta contra el ya malogrado equilibrio natural de la zona.
El valle del Jequitinhonha es una región semiárida donde el rumor del agua en los ríos sólo se escucha algunos meses al año. Hace décadas, el monocultivo del eucalipto resecó el suelo más de la cuenta. Por eso saltaron las alarmas cuando Sigma Lithium, que ya tiene una planta funcionando a todo vapor, pidió permiso para hacer una “evaluación geológica inicial” en la Chapada do Lagoão, una reserva natural con 139 manantiales que actúa como la gran bomba de agua del valle. Tanto el ayuntamiento como la empresa querían saber cuánto litio se esconde debajo de esta meseta protegida. La autorización dependía del consejo rector del parque, formado por entidades y personas de intereses variopintos y cuyo director es Vanderlei. El humilde agricultor asegura que recibió innumerables presiones para dar el visto bueno.
El permiso salió adelante por una ajustada mayoría de votos, pero avanzó poco. El Movimiento de los Afectados por las Represas (MAB, por sus siglas en portugués), muy activo en la zona contra los abusos de las empresas mineras, recurrió a la Justicia y la Fiscalía pidió parar el proceso alegando que no se había consultado a las comunidades locales, básicamente un puñado de quilombos, es decir, asentamientos fundados por negros esclavizados que huían del trabajo forzado. En un correo electrónico remitido a EL PAÍS, la empresa asegura que aunque las alegaciones de que pretendían empezar a extraer litio del parque natural causando daños importantes eran “completamente falsas e infundadas”, optó por no explorar esa zona.
Para el alcalde de Araçuaí, ese tema está superado. Su mayor preocupación ahora es manejar recursos para un boom demográfico para el que la ciudad no estaba preparada. Según Sigma Lithium, en apenas un año ya ha creado mil puestos de trabajo y otros 13.000 indirectos. Con la llegada de nuevos trabajadores y residentes, aumenta la demanda por más seguridad, más camas de hospital o más plazas escolares, pero este ayuntamiento y su reducido cuadro de funcionarios no dan abasto. Han llegado antes las necesidades que los prometidos recursos que traería el litio, confiesa el alcalde. En Brasil, la ley prevé que las empresas mineras paguen un 2% del valor de sus ventas al Estado para compensar a las regiones de donde se extraen los minerales, y que el 60% de esos recursos recaudados se quede en manos de los municipios.
La teoría suena bien, pero las arcas municipales no están precisamente boyantes. “Está muy por debajo de lo que esperábamos. Vale que estamos en el inicio de las operaciones y hay que hacer ajustes, pero el año pasado recibimos dos o tres mensualidades y este año apenas una, en el mes de febrero”, lamenta. El alcalde confía en que, si la situación se normaliza, el presupuesto de la ciudad puede crecer un 5% gracias a los royalties del litio.
A pesar de la frustración inicial, para Barbosa es bastante difícil criticar a las empresas del litio. Y es que, además de dar trabajo a sus vecinos, los abultados beneficios de estas multinacionales también les permiten ocupar el espacio de las políticas públicas a las que no llega la administración local. Sigma Lithium, por ejemplo, tiene un programa de microcréditos que beneficia a 1.800 mujeres, ha pagado la reforma de una escuela rural y tiene planes para donar 3.000 cisternas a las familias más pobres para que almacenen agua de lluvia. Otra empresa minera, Atlas, pondrá en funcionamiento otra planta este año y acaba de asfaltar una carretera “fabulosa”, celebra el alcalde.
“Es el marketing de siempre”, critica al teléfono Nicolly Caroline, una militante del MAB, la organización que impidió que Sigma Lithium sondease los yacimientos de litio en el parque natural. Enumera una larga lista de problemas, desde el polvo que cubre la ciudad hasta el aumento de la violencia de género por los numerosos foráneos que han ido llegando en los últimos meses. En su opinión, la fiebre del litio es pan para hoy y hambre para mañana. “Claro que la gente necesita trabajar, sobrevivir. Pero todos estos empleos son temporales. La gente que va a trabajar a ciertas áreas vuelve a casa peor, por las enfermedades respiratorias (…) luego la empresa se va y lo que nos queda son los impactos. Nosotros somos un pueblo humilde, ¿cuándo conseguiremos comprarnos un coche eléctrico?”, se pregunta.