Imane Khelif, la argelina que desató la hipocresía

No bien se conoció la noticia de su fichaje, se desató un repentino furor por Colapinto y la Fórmula 1. De buenas a primeras hasta los que no seguían el deporte, comenzaron a ver el calendario y agendar las nueve fechas en las que correrá. Aún estaba fresca la firma en su contrato y en todos los sitios de noticias ya se tejían historias acerca de su gran futuro en la máxima categoría. Lo que más me sorprendió fue escuchar a periodistas jóvenes bajar un poco el tono de la ansiedad y dejar de lado el típico ‘exitismo argentino’, que no reconoce el camino, sino la gloria. Si triunfás te elevan al cielo y si no, te hunden en el olvido. En los medios también comenzaron a aparecer interrogantes como “¿por qué Williams eligió a Colapinto?” o “¿por qué no a Mick Schumacher, gran portador de apellido, o Liam Lawson?”.

Y digo ¿por qué no Colapinto? Franco se fue muy joven a Europa a perseguir su sueño. Trabajó, escuchó, aprendió y se rodeó de gente que le dio apoyo para que pudiera seguir creciendo como deportista. Gente que confiaba en su talento, en su dedicación y sobre todo en su humildad. Franco tiene empuje, es mesurado y se enfoca en su trabajo sin dejarse obnubilar por la presión que significa estar en el Gran Circo.

No es casual que hoy corra en Monza. James Vowles no lo eligió por ser ‘un buen chico’: vio en él talento y madurez. En Austria, cuando subió al podio, Vowles elogió su desempeño. En la Sprint de Imola, vio cómo se quedaba con la victoria en la última vuelta, con una increíble maniobra de sobrepaso. En julio, en las Libres 1 en Silverstone, se subió al FW46 de Sargeant y cumplió prolijamente con los objetivos que le habían marcado: reconocer la pista, hacer el kilometraje y llevar el coche intacto a boxes. Hasta ahora, está demostrando que puede, pero aún le queda mucho por recorrer. Dejemos que haga lo suyo y acompañemos su camino.

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