Antes de la era de las franquicias infinitas, una película original podía abrirse paso en la taquilla simplemente a partir de un reclamo argumental. Lo que en el mundo del guion en Hollywood llaman high concept: una propuesta que puede venderse, tanto a ejecutivos como a espectadores, en una frase. En el caso de Speed: Máxima potencia, estrenada en EE UU el 10 de junio de 1994 y en España el 5 de agosto, la idea de “un autobús que explota si baja de 80 kilómetros por hora” (o como la rebautizaron en Los Simpson, cuando Homer se refirió a ella como El autobús que no podía ir más despacio) fue suficiente para, en el verano de El rey león y Forrest Gump, convertirla en uno de los grandes éxitos del cine de acción de los noventa. Al frente, un actor entonces poco asociado al género, Keanu Reeves, que se convertiría en una de sus figuras más influyentes, acompañado de una estrella en ciernes, Sandra Bullock, y una autoridad mundial en villanos pasados de rosca, Dennis Hopper.
Estructurada en tres largas secuencias de acción –aparte del grueso en el vehículo, sus más de 20 minutos iniciales tienen lugar en un ascensor también con bomba y hay otro clímax de 15 minutos en un tren explosivo, porque el estudio, Fox temía que el escenario del autobús se quedara corto–, Speed planteaba un espectáculo en perpetuo movimiento. Más allá del juego del gato y el ratón entre el policía y el terrorista que pone bombas interactivas en venganza por la pensión que le quedó como, oportunamente, experto en bombas, en el desarrollo de Speed no paran de surgir imprevistos cada vez más disparatados: una bala perdida alcanzando al conductor y obligando a una pasajera inexperta a tomar el volante, un trozo de carretera sin construir que el bus debe saltar acelerando o un carrito de bebé atropellado que resulta contener latas.
Debut en la dirección del neerlandés Jan de Bont, Speed encontró en el peculiar carisma de Keanu Reeves una de sus bazas. Con Le llaman Bodhi (1991) como escaso precedente en la acción, Reeves era un rostro alternativo de la generación X, que había destacado en dramas de autor como Mi Idaho privado (1991) o en comedias juveniles de nicho como Las alucinantes aventuras de Bill y Ted (1989). También tocaba el bajo en su propio grupo grunge, Dogstar, aún en activo. La incursión en el gran presupuesto con Drácula de Bram Stoker (1992) no le fue bien: su papel como Jonathan Harker fue lo más criticado de la película de Coppola.
Fichado por De Bont debido a su aspecto “vulnerable”, el actor llegó a Speed inseguro de sus dotes como héroe de blockbuster y a ello se sumó una tragedia personal: la muerte de su amigo íntimo River Phoenix en octubre de 1993, en plena producción. “Le afectó emocionalmente y se volvió muy callado”, contaba el cineasta en un artículo de 1994 en Entertainment Weekly titulado Keanu Reeves, ¿la próxima estrella de acción?, donde la periodista Melina Gerosa vaticinaba, por las cortantes respuestas del actor en la entrevista, que “si Reeves se convierte en estrella de acción, será la más tímida de la historia”. Sandra Bullock, en el mismo reportaje, reconocía su curiosidad por aquel misterioso tipo torturado: “Creo que hay mucho dolor en él. Le veo irse solo y hay un atisbo de tristeza en sus ojos, pero se lo guarda para sí, y eso hace que quieras saber aún más”.
“Rompió el molde de lo que podía ser una estrella de acción”, dice a ICON el periodista y crítico Chris Barsanti. “Antes de Speed, solían ser estoicas, musculosas y muy seguras de sí mismas, como Arnold Schwarzenegger, Sylvester Stallone o Clint Eastwood. [Reeves] No es el tipo grande que ha estado entrenando en el gimnasio y tiene una pistola enorme de la que echar mano. Hay una transparencia en su actuación, la gente del autobús puede verle resolviendo el problema y eso les da más confianza que si hubiera fingido tenerlo resuelto todo el tiempo. Su atractivo se debe, en parte, a que es el desvalido”.
Chris Barsanti es el autor de What Would Keanu Do?: Personal Philosophy and Awe-Inspiring Advice from the Patron Saint of Whoa (¿Qué haría Keanu? Filosofía personal y consejos inspiradores del santo patrón del alucine, 2020, inédito en España), consagrado a la filosofía del actor y su reconversión en adorado icono, gracias a su considerable ristra de películas emblemáticas y su imagen pública. Reeves es ahora visto como una de las estrellas más humanas de Hollywood, sin miedo a mostrarse triste en público al tiempo que exhibe una pasión contagiosa por sus proyectos de artes marciales, animación, videojuegos o literatura. También alguien que, en contra de lo que pudiera preverse antes de Speed, acabó dictando las tendencias imperantes en el cine de acción con Matrix (1999) y John Wick (2014), gracias a su respetuosa y entregada dedicación a las coreografías o su aprendizaje con el especialista Chad Stahelski. En 2013 dirigió su propia película del género, El poder del Tai Chi.
“Cada una de estas películas marcó un punto de inflexión en el cine de acción. Fueron copiadas, pero nunca igualadas”, explica Barsanti. “Es parecido a lo que Bruce Willis, antes conocido por la comedia televisiva Luz de luna [1985], hizo con Jungla de cristal [1988], en la que también era un tipo normal y corriente. En lugar de abrirse paso a golpes, Reeves es la encarnación del zen cinematográfico. Se queda quieto, estudia el paisaje y, cuando actúa, se mueve con inteligencia y rapidez. Hay una economía en sus movimientos, ningún esfuerzo desperdiciado, que en ciertas escenas, como el tiroteo en las escaleras de París de John Wick 4 [2023], es como ver ballet”. ¿Alguna lección filosófica que extraer de Speed? “Puede que no sea mucho más que un thriller contrarreloj magníficamente ejecutado, pero está lejos de ser descerebrada. Aunque ‘dispara al rehén’ [un dilema recurrente que el protagonista y su compañero policía enuncian] es una idea terrible en la vida real, en Speed sirve como interesante estímulo que anima a pensar fuera del paradigma y buscar respuestas en lugares sorprendentes”.
Alumno aventajado
Si bien Speed: Máxima potencia fue su primera película como director, Jan de Bont no apareció de la nada. Tenía a sus espaldas un impresionante currículum como director de fotografía de algunas de las películas más relevantes de finales del siglo XX, especialmente al servicio del también neerlandés Paul Verhoeven y el estadounidense John McTiernan. Fue el responsable de las texturas de Delicias turcas (1973), Los señores del acero (1985), Jungla de cristal, La caza del Octubre Rojo (1990) o Instinto básico (1992). McTiernan, que sentía que Speed era “Jungla de cristal en un autobús”, fue quien recomendó a De Bont para el trabajo, después de rechazarlo él.
“Queríamos dar una nueva vida a las películas de acción, porque en aquel momento se habían vuelto rancias, planas y repetitivas. Queríamos cambiar las cosas”, contaba en 2020 Jan de Bont al medio Collider, a propósito del estilo que forjó junto a McTiernan desde Jungla de cristal, “con una cámara más libre y solo tres escenarios, fluyendo de uno a otro y con los actores haciendo de verdad muchas de las acrobacias”. “Se trataba de buscar el punto de vista del público, crear la sensación de que la cámara tiene algo de vida, no estática y clavada al suelo. La cámara adopta la posición de alguien que quiere saber más, que quiere ver más, como si investigase”, profundizaba.
La carrera del ya octogenario Jan de Bont como cineasta no fue, sin embargo, tan brillante como la que tuvo como director de fotografía. Retirado del cine desde hace más de 20 años, solo firmó cinco películas, entre ellas una secuela de su éxito, Speed 2 (1997), enormemente vilipendiada. En dicha continuación no volvió Keanu Reeves y la protagonista pasó a ser Sandra Bullock, ya con la fama suficiente para encabezar carteles. Pese al encomiable esfuerzo de la actriz, el guion de la secuela le hacía un flaco favor: en vez de colocarla como heroína de la función, en Speed 2 volvía a ejercer de alivio cómico al lado de un policía distinto, esta vez Jason Patric, con el que mantenía un nuevo romance. El desbarajuste en el tono (se supone que Bullock es la protagonista, pero no asume realmente el peso de la trama) y un giro argumental demasiado pasado de vueltas (se repite el concepto en un crucero, esta vez con un trabajador resentido con la compañía después de que su sangre se envenenara de cobre, interpretado por Willem Dafoe) condenaron la película y deslucieron sus muy competentes secuencias de acción y diseños de escenarios.
La química entre Bullock y Patric tampoco era comparable a la de la primera película con Reeves. En una entrevista con Ellen DeGeneres en 2018, la actriz confesó haberse llegado a enamorar de su compañero: “Era muy dulce y muy guapo, me costaba mantenerme seria. Pero supongo que algo de mí no le gustaba”. Keanu Reeves recogió el guante un año después frente a la misma entrevistadora, cuando le preguntó si en el rodaje se dio cuenta de que a Sandra Bullock le atraía: “No, al igual que obviamente ella tampoco se daría cuenta de que me atraía a mí”. Cuando Esquire consultó después a la actriz para ahondar en el cotilleo, la estrella de Gravity (2013) explicó así su falta de entendimiento afectivo: “Te vuelve loca. Cuando le conocí, yo no paraba de hablar, para que se sintiera cómodo. Y cuanto más parloteaba yo, más se callaba él. Y yo pensaba: ‘¡No entiendo qué le pasa! Me mira con ojos de confusión. Está callado. ¿He dicho algo que le ha ofendido?’. Y entonces, días después, llegaba con una nota o un pequeño paquete, y decía: ‘He pensado en lo que dijiste el otro día’. Y te daba su respuesta”.
En la ficción, el romance entre los personajes era tratado con ironía mediante el mantra, repetido por ambos, de que “las relaciones basadas en experiencias muy intensas no son duraderas”. Fue una de las muchas aportaciones no acreditadas de Joss Whedon, el creador de Buffy cazavampiros (1997), a quien el guionista Graham Yost atribuyó “el 98,9%” de los diálogos. En su reescritura, Whedon también recogió la petición de Reeves de acercarse a los SWAT, para que el modelo de héroe fuera más educado y menos fanfarrón, así como eliminó el gran giro de la película: el compañero policía, interpretado por Jeff Daniels, iba a estar compinchado con el terrorista. Yost, de todas formas, recicló la idea en su siguiente película, Broken Arrow: Alarma nuclear (1996).
Treinta años después de Speed, Reeves y Bullock, además de declararse tardíamente el uno al otro, han mostrado su disposición a actuar en otra secuela, que de momento no está anunciada. La película no ha caído en el olvido y ha penetrado en la cultura popular, con referencias frecuentes en todo tipo de producciones: por ejemplo, la española Todos los nombres de Dios (2023), de Daniel Calparsoro y con Luis Tosar, homenajeaba su argumento y tomaba generosos préstamos, especialmente en su resolución. Y el trabajo de Jan de Bont sigue claramente de actualidad, con el estreno el 17 de julio de Twisters, una actualización de su película Twister (1996), clásico del cine de catástrofes de la década. La demostración de que la impronta del neerlandés, por efímera que fuese su carrera como director, perdura.
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