Antes de golpear unas cuantas bolas en el range [campo de prácticas], de afinar o reafirmar su swing para el torneo del fin de semana, Jon Rahm se acercó al Media Center de Valderrama para atender a los medios. Sonriente, natural y campechano, aceptó una sesión de fotos con la camiseta de España para los Juegos Olímpicos -participará junto a David Puig- y después cogió el micro, dichoso según dijo, por estar en Valderrama. “Siempre que vengo y llego al tee del 1 y veo lo bonito que es… Me emociona y me da pena no haber jugado mejor en este campo en las otras ocasiones”, resolvió el jugador, deseoso de volver a la senda del triunfo, toda vez que hace 468 días que no levanta un trofeo, entonces la chaqueta verde del Masters de Augusta. Puede que lo logre en el LIV Andalucía en Valderrama, pues se siente como un niño con zapatillas nuevas, un Rahm rejuvenecido que incluso va con el pelo cortado al estilo mohicano aunque no lo tape la gorra, siempre calada.

Seguro que no tiene, en cualquier caso, esos nervios del 13 de noviembre de 2014, cuando cerca de cumplirse las 8 de la mañana, el speaker anunció su nombre por primera vez en el PGA Tour. Aplausos aislados de los familiares que le acompañaron a Mayakoba (México), mucho silencio durante la vuelta porque todavía era anónimo, jugador aficionado, y su eclosión estaba por llegar. Aunque por entonces su carácter le jugaba malas pasadas en ocasiones, irascible cuando la pelota no le hacía caso o, simplemente, no ganaba porque se sabía uno de los mejores como demostró con el tiempo porque además de los dos grandes (venció el US Open en 2021) se impuso en nueve torneos del PGA Tour y en otros ocho del DP World Tour. 10 años más tarde volvió a Mayakoba pero ya no lucía a sus patrocinadores en el polo -Banco Santander, Mercedes Benz o Blue Yonder-, solo ataviado con un león rosa porque se estrenaba en el LIV como capitán de su equipo, la Legión XIII. Ahora toca Valderrama después de jugar en Nashville -quedó tercero- y quedarse apeado del US Open antes de que comenzara por una infección en el pie.

Quizá podía haber forzado para jugar el major, pero sabía que no podría destilar una buena versión suya, además de que los doctores le aconsejaron que reposara y aireara el pie. “Si no juega para ganar, no juega. Es su defecto”, deslizan desde su entorno con ironía, pues ese carácter ha moldeado a un jugador sideral, capaz de poner en su momento al PGA Tour patas arriba. Pero abandonó el circuito americano y canónico por el agitador y revolucionario LIV, auspiciado por los petrodólares saudíes, 500 millones mediante, y hace mucho tiempo que no gana, demasiado para alguien que hizo lo normal de lo extraordinario. “No estoy muy contento por cómo he empezado, pero se puede tener un buen año y no ganar, y al revés. El golf es tan complicado que no se puede resumir en si ganas o no”, resolvió Rahm. “Os he malacostumbrado a jugar muy bien al principio del año y ahora lo haré al final”, añadió con convencimiento, pues considera que su golf está siendo bueno -a excepción de las dos semanas en las que disputó los grandes, 45º en Augusta y sin pasar el corte en el PGA Championship (vez primera en un grande desde 2019)- como acredita su segundo puesto en la general del LIV (solo con Niemann por delante), casi siempre en el top-10. Trabajo mental no le falta.

Hace años que tiene a un psicólogo deportivo como acompañante, sesiones que le ayudan a focalizarse y que en los últimos seis meses se han intensificado por el cambio del PGA al LIV, porque su decisión levantó polvareda –”algunos jugadores no me miran a la cara”, confesó- y porque ha tenido muchas presiones del circuito americano, sumido en la convulsión porque el acuerdo con los saudíes tan cacareado no se acaba de fraguar. Desde su entorno explican, en cualquier caso, que es algo que podía pasar porque no es fácil asimilar todos los cambios, que lo importante es mantener la calma y entender la naturaleza de este deporte. “No estoy jugando mal, de 6 o de 7 durante el año. Tengo confianza y en un momento puede cambiar todo. Mentalmente hay ciertos retos porque ha habido cambios; me tengo que acostumbrar a ciertas cosas, pero estoy cómodo”, reflexionó Rahm, que negó que las diferencias del PGA al LIV le hayan afectado, jugar con música de fondo, solo tres días y no cuarto, sin corte… “La parte mental es tan importante o más que el resto del juego. Nunca se va a hablar de un deportista que gana que tuviera mala fortaleza mental. Los buenos están bien asentados”, subrayó. Y entiende que Valderrama es la ocasión perfecta.

“Esta semana he sentido mucha alegría, vengo con ese entusiasmo infantil. Por el cambio en mi carrera, llego con mucha más energía, estoy como un niño. Es como si viniera por primera vez y quiero hacerlo bien delante del público porque no hay nada más divertido que hacerlo bien delante de los tuyos”, expuso. Sabe que a la vuelta de la esquina está The Open, otro grande, y después los Juegos Olímpicos. “Con todo el respeto, un grande siempre es superior al resto. Esa jarra clarete y unirme a Severiano Ballesteros, ser el primer español en ganar tres grandes diferentes…”, señaló Rahm, una biblia andante del golf, afortunado o acertado él porque ganó el Masters y, al contrario que muchos del LIV, tiene billete para los majors hasta 2027. Pero para eso queda y Rahm, rejuvenecido, quiere volver a ganar.

Un entrenamiento medido al dedillo

Al cruzarse por uno de los pasillos del club de Valderrama, Rahm simuló darle un puñetazo en el estómago a DeChambeau, risas compartidas y un escueto saludo porque se les amontonaban los compromisos con los medios y con los organizadores, las dos grandes estrellas del circuito con permiso de Brooks Koepka, Dustin Johnson y Phil Mickelson. Por entonces, casi todos los jugadores se agolpaban en el campo de prácticas, todavía cuando la canícula no golpeaba con fuerza. Pero DeChambeau y Rahm aparecieron más tarde, solos en el range con sus equipos. El español, en cualquier caso, tenía algo más sobre el tapete, sesión medida al detalle.

No es que Rahm pegara muchos golpes en la media hora que estuvo ejercitándose -siempre del palo con la cara más abierta al más cerrado para acabar con las maderas y el drive-, pues tras cada impacto charlaba distendidamente con su entrenador Dave Phillips y con otro más de su staff técnico. Pero también consultaba permanentemente un par de aparatos pequeños que situaba a su alrededor, uno al lado y otro detrás. Eran dos medidores: Fullswing, que desmenuza el golpe en 16 datos de palo y pelota, además de poder revisar vídeos de alta resolución de su swing; y Foresight, que permite leer datos exactos del vuelo de bola, distancia de vuelo, distancia total recorrida, altura de cénit de trayectoria, ángulo de despegue de bola, ángulo horizontal de salida, la ratio de rotación de la cara del palo en la zona de impacto… Acabada la sesión, Rahm recogió los aparatos y los metió en la bolsa. DeChambeau se quedó un rato más.

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