Tras la irresponsable decisión de Macron de “disolver para aclarar”, correspondía al electorado evitar que la ultraderecha de Le Pen tocara poder. Y así ha sido. Una gran movilización nos habla de que, sin perder el sentido de la historia —de su historia— los franceses han votado con la sensación de que algo muy importante estaba en juego. Mientras todas las capitales europeas mantenían el aliento, especialmente a medida que se iban aclarando las sospechas de connivencia de la formación ultra con la Rusia de Putin, la mayoría de los franceses han entendido que había que impedir que la extrema derecha llegara al poder. Pero también que la única forma de hacerlo era eligiendo al candidato que competía contra el delfín de Le Pen, el efebo Bardella, con independencia de cuál fuera su color político.
Se llama frente republicano. Primero se puso a prueba con la oleada masiva de retiradas por parte de los candidatos peor situados en las numerosas elecciones triangulares que resultaron de la primera vuelta. En tiempo récord, un amplio abanico compuesto por Ensemble, el partido del presidente capitaneado por el joven Gabriel Attal y el Nuevo Frente Popular, compuso ese cordón sanitario cuando todo parecía indicar que había sufrido un peligroso desgaste. El número de contiendas triangulares bajó de 306 a 89. Los socialistas se beneficiaron de la retirada de candidatos macronistas y también la izquierda insumisa mayoritariamente aceptó, desde una convicción ejemplar, que sus candidatos pasaban a un segundo plano frente a los macronistas que habían quedado en mejor posición. Fue el partido conservador de los Republicanos el que negó esa reciprocidad a los candidatos de izquierda, una muesca más en su revólver de balas podridas.
Le ha faltado tiempo a Jordan Bardella para hablar de la “alianza del deshonor” refiriéndose al frente republicano. Como Le Pen, Bardella se arroga de nuevo la representación de un pueblo que solo parece garantizarse si ganan ellos. Antes de Bardella, Le Pen había hablado estos días de esa alianza como un pacto antinatural con el objeto, muy probablemente, de negar su legitimidad. Aunque Le Pen quiera erigirse como portadora de las esencias patrias, verdadera representante de los perdedores y periféricos, ese frente republicano sigue siendo la piedra angular que dota de identidad a una determinada concepción democrática de la República francesa.
Sin embargo, no hay que ser ingenuos. Con estas legislativas, Francia abre un nuevo capítulo marcado por la fragilidad de las formaciones políticas que han luchado contra la extrema derecha. Las presidenciales de 2027 están a la vuelta de la esquina y esa perspectiva jugará un papel importante en cualquier negociación. Lo que podemos afirmar esta noche es que el frente republicano ha cumplido con su papel. Ahora toca conjugarlo con una Asamblea Nacional que sea gobernable. Macron tendrá que cohabitar, y lo más importante, tendrá que escuchar y colaborar con las formaciones que han acudido a su rescate. Una vez más, el peligro de la extrema derecha consiguió que los partidos aparcaran sus diferencias. Los resultados apuntan a que los valores de la República siguen intactos. Y, muy probablemente, con ellos los de Europa.
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