A Saeed Jalilí, el candidato ultraconservador a la segunda vuelta de las presidenciales iraníes de este viernes, le acompaña una reputación de “mártir viviente” para los fieles a la República Islámica de Irán —perdió una pierna en la guerra entre Irán e Irak en los ochenta— mientras que para sus detractores es un represor más. En octubre de 2019, siendo secretario del Consejo Superior de Seguridad Nacional de Irán, autorizó la represión que aplastó unas protestas desatadas por el aumento del precio de la gasolina, según la ONG Justice for Iran. Al menos 300 personas murieron entonces, de acuerdo con Amnistía Internacional, un cómputo que altos funcionarios iraníes elevaron más tarde a 1.500. Jalilí, adalid de la línea dura del régimen islámico de Irán, no se medirá en las urnas con un rival en sus antípodas ideológicas. El otro aspirante a la presidencia, Masoud Pezeshkian, es también un hombre del sistema, si bien más moderado. Gane quien gane la presidencia, estos comicios no auguran un cambio en un aparato de poder en el que la última palabra la tiene el líder supremo del país, el ayatolá Alí Jamenei.

La competición entre dos hombres del régimen era una certeza, dado el carácter escasamente democrático de las elecciones en Irán y la criba previa de quienes aspiran a ser elegidos para los puestos políticos, una posibilidad solo abierta a los leales. Esto convierte los comicios prácticamente en un mecanismo de reparto de poder entre las diferentes facciones de partidarios del sistema del que los moderados o reformistas, que abogan por una apertura limitada de las instituciones, habían sido progresivamente marginados en los últimos años.

La luz verde a Pezeshkian de la institución que autoriza a los candidatos, el Consejo de Guardianes, sorprendió. Este cirujano cardiaco de 69 años, exministro de Sanidad con el presidente reformista Mohamed Jatamí en los 2000, se impuso en la primera vuelta de las presidenciales convocadas por la muerte en accidente de helicóptero del presidente Ebrahim Raisí. Obtuvo algo más del 42,5% de los votos. Le siguió el ultra Jalilí, con el 38,6% de los sufragios. Dos de los otros cuatro candidatos, todos conservadores, autorizados a presentarse, quedaron descartados; otros dos se habían retirado.

La victoria del reformista, que algunos analistas atribuyen a la división del voto conservador entre Jalilí y el resto de aspirantes conservadores, fue, en cierto sentido, amarga. Pezeshkian no superó el umbral del 50% de las papeletas que le hubieran valido la presidencia, pero sí pasó a segunda vuelta. Tampoco logró convencer para que votaran a esa mayoría de iraníes que ha vuelto la espalda a su sistema político, algo que él mismo ha reconocido al afirmar que “si un 61% de electores no vota”, algo “se habrá hecho mal”. Como en cada cita electoral desde 2020, el 28 de junio se batió un nuevo récord de abstención: solo un 39,9% de los 61 millones de electores se acercó a los colegios electorales, ocho puntos menos que en las presidenciales de 2021, en lo que se interpreta como una enésima demostración de desapego popular hacia un régimen cuyo líder supremo había afirmado hace años que “cada voto es un voto para la República Islámica”.

“La inclusión del reformista Pezeshkian, probablemente con el fin de aumentar la afluencia a las urnas, no logró detener la tendencia a la baja de la participación”, analizaba este martes la consultora de riesgo geopolítico Eurasia Group.

Para el experto en Irán Luciano Zaccara, profesor del Centro de Estudios del Golfo de la Universidad de Qatar, “es difícil predecir” lo que sucederá en esta segunda vuelta en la que, de nuevo, el principal desafío es la participación de una población que padece una inflación superior al 40%, con una clase media empobrecida, un tercio de los iraníes bajo el umbral absoluto de pobreza y una clase dirigente manchada por la corrupción.

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En el país persa se suele vincular una alta participación con el voto reformista, más crítico que el conservador, pero “esto no ha sido siempre así”, subraya Zaccara. “Si se pasa de un 40% de participación a un 60% no significa necesariamente que todo ese voto vaya a apoyar a Pezeshkian” y no, al menos en parte, a Jalilí.

Lo que no puede darse en absoluto por sentado es que, incluso si gana el aspirante moderado, vaya a haber cambios de calado, recalca el profesor. “Ya ha quedado demostrado que las posibilidades de que los reformistas puedan implementar grandes cambios es prácticamente imposible. O si lo logran, duran hasta que termine su mandato. Con el Majlis [Parlamento], el Consejo de Guardianes y el Consejo de Discernimiento [órgano que media entre los dos anteriores] gobernados por las diversas facciones conservadoras, Pezeshkian tendría una ardua tarea para aprobar cualquier iniciativa, incluso en política exterior”.

El presidente en Irán no tiene además unos poderes equiparables al jefe de Gobierno de una democracia. La última palabra sobre las relaciones exteriores, la negociación nuclear e incluso sobre la designación de importantes ministros, la tiene Jamenei.

Perfil bajo

El perfil bajo de Pezeshkian hace además poco verosímil una presidencia combativa frente al aparato del poder en Irán. Este candidato, resalta la activista hispanoiraní Ryma Sheermohammadi, ha multiplicado “los guiños” tratando de recabar votos tanto entre los reformistas como entre los conservadores y ha dejado claro que no planea un cambio de rumbo. Sí ha aludido a un acercamiento con Occidente con intención de aliviar las sanciones por el programa nuclear iraní y asegurado que se opone a las patrullas de la impopular policía de la moral, el cuerpo cuyos agentes golpearon y probablemente mataron, según la ONU, a Yina Mahsa Amini, en septiembre de 2022.

Sobre esa muerte que desencadenó las últimas protestas contra el régimen, duramente reprimidas por las autoridades, Pezeshkian afirmó que no era aceptable “que una joven fuera detenida por [llevar mal colocado] el velo y luego le devolvieran su cadáver a sus padres”. Poco después criticó a los manifestantes que salieron entonces a la calle por gritar contra el líder supremo, a quien Pezeshkian no deja de prometer fidelidad. En una entrevista durante esta campaña en la televisión estatal, afirmó oponerse a que un médico varón examine a una enferma.

Desde Teherán, Farzaneh, el nombre falso de una exprisionera política que transmitió unas declaraciones a este diario a través de la activista Sheermohammadi, explica que, pese a que algunos analistas suponen que el candidato ultraconservador Jalilí es el favorito del ayatolá Jamenei, en realidad, Pezeshkian podría ser más útil al régimen. La razón es su condición de reformista que le daría “un maquillaje” de democracia a las autoridades mientras están siguen “reprimiendo a la población”. Este jueves, Sharifeh Mohammadi, una conocida sindicalista, ha sido condenada a muerte acusada de “traición” por su activismo en favor de los derechos laborales.

“Independientemente de quién gane la segunda vuelta, está claro que la mayoría de los iraníes tienen poca fe en el sistema de Gobierno, consideran que las elecciones son una farsa y es poco probable que participen incluso cuando un reformista evidente [Pezeshkian] figura en la papeleta”, subraya el análisis de Eurasia Group sobre Irán.

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