Cuenta uno de los relatos más conocidos de la Biblia que los distintos idiomas fueron la consecuencia de un castigo. En Babel tuvimos la codicia de construir una torre para acariciar el cielo y, por ello, fuimos condenados a hablar múltiples lenguas y a no entendernos. Más allá del mito, en algún momento hemos vivido la frustración de no comprender a un extranjero o de sufrir, ya de adultos, la inmersión en otra lengua. Sin embargo, aprender otros idiomas nos abre un mundo fascinante de posibilidades que van más allá de la mera comunicación.

A lo largo de los años se ha estudiado cuál es el impacto del bilingüismo y se ha descubierto que sostiene y amplifica la plasticidad de nuestro cerebro. Nos ayuda a ser más flexibles mentalmente y mejora nuestra atención y memoria. Incluso, nos previene de problemas cognitivos futuros. Sin embargo, en el día a día no siempre se contemplan dichas ventajas, como explica Jesús C. Guillén, neurocientífico y doctor en Ciencias de la Educación por la Universidad de Barcelona. Es más, distintas encuestas realizadas hace apenas una década a profesores del Reino Unido, Holanda y varios países de Latinoamérica demostraron que está extendido el “neuromito” de que es más adecuado reforzar un primer idioma antes de acceder a un segundo. Pero la ciencia lo está desmontando.

Nacemos con la capacidad innata de aprender diferentes lenguas. Antes incluso de poder hablar, convivir en entornos bilingües ayuda a que los niños mejoren la capacidad de control cognitivo. Si durante nuestro crecimiento aprendemos más idiomas, nuestro cerebro va generando nuevas conexiones neuronales que nos acompañarán a lo largo de nuestra vida, como afirma la doctora Ana Muñoz, presidenta de la Asociación de Científicos Españoles en Estados Unidos y reconocida con el máximo galardón a profesores bilingües en dicho país, otorgado por ATDLE (The Association of Two-Way & Dual Language Education). “Cuando los niños se exponen a otros idiomas, lo importante no es que lo entiendan, sino que su cerebro incorpore nuevos fonemas y melodías”. Con dicho entrenamiento, el bilingüismo consigue que descodifiquemos información en diferentes formatos (cuando vemos un felino, por ejemplo, lo pensamos como gato o cat, en inglés), lo que nos permite entrenar diferentes puntos de vista.

Lógicamente, aprender idiomas es más fácil cuando somos más pequeños. Somos más permeables y la exposición a una segunda lengua, idealmente, ha de comenzar antes de los siete años y a través de interacciones sociales. No parece que se obtengan los mismos beneficios si colocamos a los más pequeños frente a una pantalla, como demostraron diferentes estudios en la adquisición del chino y del inglés. El bilingüismo, además, favorece la percepción de los colores o el aprendizaje de un tercer idioma más fácilmente, según muchos expertos. Incluso, se ha comprobado que, a los niños nacidos prematuramente, el bilingüismo los ayuda a reforzar las funciones ejecutivas que pudieron estar menos desarrolladas. Sin embargo, este aprendizaje no está exento de algunos pequeños peajes que hay que pagar por el camino.

“Las personas bilingües suelen ser más lentas cuando han de nombrar objetos en cualquiera de sus lenguas, incluida la dominante”, comenta el doctor Guillén. Aparentemente, su aprendizaje no es tan rápido y tienen un menor vocabulario en su idioma materno. Sin embargo, sus ventajas parecen ganar terreno a lo largo del tiempo. Según algunos estudios realizados en Europa, América y Asia, el bilingüismo ayuda a que haya un retraso de cuatro a cinco años de los síntomas asociados a la demencia gracias al incremento de reserva cognitiva y mayor espesor cortical en regiones ejecutivas en nuestro cerebro.

Las ventajas del bilingüismo no se ciñen solo a los que fueron expuestos de pequeños a un segundo idioma. Como escuché contar a una persona de mediana edad, “los idiomas se aprenden porque nos los han pagado nuestros padres o porque los hemos pagado nosotros mismos”. Pues bien, aunque estemos en este último grupo, estudiar un segundo idioma también tiene impacto positivo en la edad adulta, como se demostró en graduados universitarios. Aquellos que aprendieron otras lenguas desarrollaron una mejor atención al alternar tareas.

En definitiva, la “condena” del mito de Babel en nuestras conversaciones presenciales es posible que algún día desaparezca gracias a la tecnología. Sin embargo, aprender otras lenguas y fomentar contextos bilingües a nuestros hijos ayuda a algo más que a la mejora de la comunicación o la inmersión cultural: hace que nuestro cerebro sea más flexible y que desarrollemos puntos de vista distintos ante un mismo problema. Y como resume la doctora Muñoz: “Si la inteligencia nos permite tomar mejores decisiones, es posible que podamos concluir que el bilingüismo nos hace también más inteligentes”.

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