Imagina que la democracia fracasa definitivamente. ¿Qué pasaría?¿Cómo sabríamos que ha llegado el momento? Lo notaríamos pronto, antes de que la ultraderecha conquiste poder, porque todos los niveles de la vida, desde los objetivos a los personales, se verían afectados. El transporte, la vivienda y la salud serían inasumibles para la mayoría de la población y no podríamos elegir dónde vivir ni cómo hacerlo. ¿Te imaginas?

Por increíble que parezca ahora, cuando el sistema sea totalitario no se podrá ya vivir en las grandes ciudades, que es donde vive la mayoría, que se sentirá desahuciada de su vida antes incluso de poder empezarla. Una democracia se basa en facilitar un entorno a sus ciudadanos, pero un sistema totalitario venderá el suelo al mejor postor y su principal fin será la especulación y no el bienestar. Aunque lo peor no será no poder vivir en la ciudad, sino no poder hacerlo en ninguna parte.

Porque en un sistema totalitario la movilidad social estará comprometida: será difícil o imposible cambiar de vida porque la educación habrá fracasado como promesa de movilidad. La prevaricación y el enchufismo sustituirán al talento y los hijos de la élite lo tendrán más fácil para acceder a la mayoría de los sectores profesionales. Aun así habrá formas de escapar. Los trabajadores peor tratados buscarán fortuna en islas y otros focos turísticos rentables donde trabajarán de sol a sol para no poder pagar una vivienda a fin de mes. Muchos de ellos se verán obligados a dormir con sus familias en coches o parkings de caravanas.

Ideas que inspiran, desafían y cambian, no te pierdas nada

SIGUE LEYENDO

De todas formas, el mejor termómetro del totalitarismo no será inmobiliario sino emocional. La falta de horizonte y el malestar íntimo de la mayoría, incluida la infancia, será la señal de alarma. Habrá una epidemia de salud mental sin precedentes que el sistema se mostrará incapaz de atender. Nacerá entonces la sociedad del desconsuelo donde los más viejos no serán capaces de cuidar de los más jóvenes. Al contrario, los culparán por no ser capaces de mantener la democracia que tan afanosamente construyeron para ellos. Hablarán los mayores desde su casa pagada y su experiencia de progreso social y personal. En cambio los jóvenes no conocerán otro horizonte que la crisis y su utopía, tal y como vaticinaría el escritor Agustín Fernández Mallo en su novela Madre de corazón atómico, no será ya el progreso sino la disolución digital.

Por fortuna habrá resistencia, gente dispuesta a tomar la palabra y cambiar las cosas. El problema es que en un sistema totalitario todas las plazas públicas estarán en manos de las grandes tecnológicas y dos o tres millonarios tendrán el control de los foros digitales donde la gente habla.

La gente aceptará entonces que no puede cambiar el mundo y el sistema los invitará a creer que sí pueden cambiar sus vidas. El narcisismo se impondrá así a la solidaridad y cada cual poetizará su vida como pueda, ya sea en el arte, la reproducción simbólica o familiar o las redes sociales. Todo el mundo trabajará demasiado y se extinguirán los espacios personales, pero cada cual se culpará a sí mismo por no ser capaz de gestionar mejor su tiempo. ¿Te imaginas?

Apúntate aquí a la newsletter semanal de Ideas.

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

_

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *