Son las seis de la mañana y amanece en Mugunga, a 10 minutos del centro de Goma, al este de la República Democrática del Congo. Isaac Habyarimana ayuda a Esther Habyarimana a que se termine de poner el traje. Padre e hija trabajan en apicultura en este paraíso de valles y bosques. Nadie diría que, a menos de 10 kilómetros, ocurre una guerra.

Isaac Habyarimana, de 54 años, comenzó a practicar la apicultura a los 12. Inició estudios en Biología, hasta que en 1996 la guerra se interpuso: el grupo rebelde que, por entonces, lideraba Laurent Desiré Kabila ocupó Masisi, su ciudad. Lo quisieron reclutar, cuenta, y escapó. Decidió ir a Goma, la capital de Kivu del Norte, considerada una de las regiones más biodiversas del mundo, que alberga pantanos, planicies de lava, sábanas, hipopótamos y gorilas de montaña. También coltán, uno de los minerales más deseados por la industria tecnológica, del que la República Democrática del Congo cuenta con el 80% de las reservas mundiales. Kivu del Norte es la zona más fértil.

La República Democrática del Congo sufre desde hace más de 25 años los combates entre al menos 122 grupos rebeldes por el control de las inestables provincias orientales y sus riquezas minerales. La crisis de desplazamiento interno del país centroafricano es de las más graves de África, con más de seis millones de personas afectadas, según Naciones Unidas. Y la reaparición del grupo rebelde M23, apoyado por Ruanda, en noviembre ha empeorado la ya grave situación humanitaria y de seguridad en el este de la RDC. “La guerra nos persigue”, resopla Isaac Habyarimana.

Abejas en uno de los panales de Isaac y  Esther Habyarimana, el pasado 11 de abril.
Abejas en uno de los panales de Isaac y Esther Habyarimana, el pasado 11 de abril.FRANCISCO GALEAZZI

La crisis del país no es solo humanitaria, también es medioambiental, debido a la minería y a la deforestación. De seguir con este ritmo, en 2050 el 27% de los bosques tropicales de la cuenca del Congo desaparecerá, según el Centro para la Investigación Forestal Internacional.

“Desde hace tiempo estamos en guerra y destruyendo nuestro medio ambiente”, enfatiza Esther Habyarimana, de 20 años, y una de las cuatro hijas de Isaac. “Una solución que tenemos a mano los civiles para salvar a nuestra región es la naturaleza. Hay que protegerla y regenerarla”. Hace cuatro años ella se inició en la apicultura y montó su propio negocio: 10 panales que pueden proveer hasta cinco litros de miel cada uno, y que puede vender a 10 dólares (9,2 euros) el litro. La apicultura también le cambió antes la vida a su padre, que, cuando llegó a Goma como desplazado, se dedicó a hacer arreglos en casas y luego a la agricultura. “Era un trabajo muy duro que no me daba dinero”, recuerda Isaac Habyarimana. En la República Democrática del Congo, donde dos tercios de sus casi 100 millones de habitantes viven con 2,15 dólares al día, según el Banco Mundial, el 70% de la población se dedica a la agricultura. “Después de mucho tiempo pude comprar mi parcela. Me permite ganar más dinero en un trabajo con mejores condiciones. Comencé en 2015 con cinco panales; hoy manejo 150 y puedo vender hasta 80 litros de miel. Darle educación y acceso a salud a mis hijos y a mi esposa es lo que siempre soñé, y pude cumplirlo”, asegura orgulloso.

Isaac Habyarimana captura una colonia de abejas.
Isaac Habyarimana captura una colonia de abejas.FRANCISCO GALEAZZI

El impacto de la apicultura no se limita a lo económico. La polinización es vital para el crecimiento de plantas y árboles, lo que repercute en la reforestación, la agricultura y el crecimiento de frutas y verduras. “Las abejas polinizan el 80% de las plantas, y el dinero que generan los apicultores los incentiva a ellos también a proteger el medioambiente en sus vidas privadas. Es un círculo virtuoso“, explica Luc Kavuba Project Manager, en RACOD, una ONG local.

Isaac Habyarimana abre las puertas donde se encuentran los panales, se pone en cuclillas y apoya su mano en la tierra. Las abejas lo envuelven. “¡No me pican!”, vocifera. Y continúa: “A las abejas hay que darles amor, para que devuelvan lo mismo”. Señala un tronco hueco y vacío, el tipo de panal tradicional. “Pero, con estos panales nuevos en forma de caja, con divisiones internas, podemos producir más del doble. Desde este año estamos intentando trabajar con herramientas modernas”, recalca. Le gustaría lograr que cada uno de los panales produzca el máximo posible, 14 o 16 litros de miel.

Cada día, Isaac Habyarimana va al bosque para buscar, al menos, dos colonias de abejas, formada cada una por 20.000 insectos. Captura a la reina para que el resto la sigan, las mete en un bolsón y luego en los panales. Todo el proceso puede tardar hasta 12 horas. Habyarimana emplea todo el día en la apicultura, mientras que su hija trabaja en ello solo a tiempo parcial, porque estudia Economía en la Universidad de Goma. “Soy joven, pero no quiero irme de mi país”, señala Esther Habyarimana. “Con las herramientas que estoy adquiriendo a partir de los estudios, pretendo liderar las ventas en Kivu del Norte y en toda la RDC para luego poder exportar”, dice, ante la mirada orgullosa de su padre.

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